Me invitan a reconocer los límites de la comunidad campesina de Yanacona, distrito de Chinchero, provincia de Urubamba, departamento del Cusco, Perú. Sí, es el lugar donde se construye el famoso aeropuerto internacional, un hito de la modernidad y de la demanda turística. Por su puesto, asisto, porque en mi cabeza está la seguridad del disfrute. Más aún, porque Carlitos, compañero de la facultad y gran amigo, me llama: quiero navegar en su hospitalidad y recorrer los linderos de la nación yanacona, de los complementos, de los pongos, de los que nacieron para servir. Desde luego, me siento parte de esta nación, aunque no esté en la “planilla” comunal.
Invitación
En mi wasap, ingresa el siguiente mensaje: “te escribo para tu participacion en el linderaje que se realizara este viernes28 de febrero”. No hay nada qué pensar, me apunto, porque sé que habrá comida, bebida y caminata, o sea, disfrute.
Presente
El día indicado, llego a las 8:00 am al poblado de Chinchero. Me siento en las gradas de la cruz que está al frente de la iglesia. Escucho cohetes por todas partes. El día está nublado, pero no llueve. Las bombardas, cumplen su tarea: espantar a la lluvia. Hay música de fondo en distintas direcciones, estalla y agoniza repentinamente, como las luciérnagas.
A las 8:30 am, me da alcance Carlos Quispe Huaman, el anfitrión e integrante de la Nación Yanacona. Me dice que la comitiva empezó a recorrer los límites de la comunidad a partir de las 6:00 am, pero que pasará por aquí, saludará y continuará el recorrido. Nosotros, le seguiremos el paso. Mientras tanto, extendemos la hallpa en la explanada de los andenes, al costado de la iglesia. Los turistas van y vienen, así como la conversación.
Conversa
—No sabes, mi querido llakta masi, la última del Ministerio de Cultura.
—¿Y ahora qué dicen los ministerios de las culturas? —Le respondo a Carlos.
—Una colega que trabaja en el Museo de Sitio se me acercó y me dijo, entusiasmada, que debemos declarar a los varayoc de Yanacona como Patrimonio Cultural de la Nación.
—Ayayay, cuándo no, de lo único que se preocupan los culturas es declarar todo Patrimonio Cultural, aunque luego se olvidan. Pero, si van a poner plata y pagar la fiesta, ya pues, hay que hacerla.
—Si es así, bueno pues.
—Ja, ja, ja.
La comitiva
Llega la comitiva. Primero, entran de cinco a seis jóvenes cargando las banderas del Perú y del Tahuantinsuyu. Lo inusual son las astas: palos delgados, largos (¿de 4 a 5 m?) y desnudos (sin corteza). Luego, siguen seis parejas de “waylakas”, como les dice Carlos, aunque más tarde oí que les llamaban con sumo respeto “las señoritas whipalas”. Son varones vestidos de mujer y llevan banderas hechas de la tela del pañal. A continuación, entran los varayoc, en varias categorías:… lo siento, ahora no recuerdo ni una, ja, ja, ja. Luego, entra la gente de la comunidad Yanacona, bueno, uno de sus sectores, al que pertenece Carlos, porque hay cinco más (los otros hacen su propio recorrido, aunque me parece que se juntan aquí). Finalmente, dos bandas de músicos cierran el grupo.
La comitiva, ingresa a la explanada. Los “banderas”, clavan las astas en el suelo, en el lugar indicado. Los varayoc, igual, juntan sus varas en categorías y las clavan en el suelo. Las “waylacas”, bailan alrededor, primero solos, luego con las mayordomas que estuvieron a cargo de la merienda o el agasajo (chicha de maíz, papas sancochadas, mote, puspu). Uno de los varayoc, habla en quechua, en voz alta, y saluda y agradece la gentilidad de los mayordomos. Suenan los pututos. Continúa la caminata. Nos unimos.
Caminar en comunidad
Bajamos las graderías de los andenes y subimos el cerro del frente. Empezamos en fila india, con música de fondo, sin embargo, más adelante, en la carretera, terminamos agolpados, juntos, uno al lado del otro. Somos algo de 150 personas. Una cosa es caminar solo y otra en comunidad. Cuando andas solo, eres tú, el entorno y la música de tus pensamientos. Pero, cuando caminas en grupo, en silencio o riendo, entonces sabes que no eres uno, sino varios; eres todos. Te sientes protegido, acompañado, cuidado, como si los pasos y las intenciones estuvieran sintonizados. Eres comunidad.
Llegamos a un morro de tierra con un canal en la base. “Los banderas”, plantan sus palos en la cima; otros, ponen cruces de madera adornadas con flores en dirección a la salida del sol; los varayoc, juntan sus varas según categorías e igual, las plantan en el hito; y las “waylacas”, bailan alrededor agitando sus wiphalas. Alguien grita: “a ver, compañeros, los faenas, los faenas”. Entonces, se juntan de cinco a seis personas con sus palas y empiezan a limpiar el canal y echar la tierra al morro, como abrigándolo, como dándole más prominencia. Uno de los varayoc, se para en medio del promontorio y “llama” al hito, es decir, dice su nombre. Antes, reza un padrenuestro, un avemaría, invoca a la virgencita de la Natividad, se dirige por donde sale el sol, y llama al hito por su nombre… luego grita entusiasmado: “¡Que viva la Nación!” Y todos responden al unísono: “¡Que viva!”. Los masa o masis o masicos o masichas o más comúnmente llamados masakus, es decir, los ayudantes de los “inka varayoc”, se juntan y tocan sus pututus. Las bandas de músicos, ejecutan la tonada de ocasión. Todos vamos, casi corriendo, al encuentro del siguiente hito.
¿Y las mujeres?
No hay mujeres en este recorrido. Su única referencia son las “waylacas”, que poco a poco van perdiendo el sentido homosexual que generalmente le dan los ojos morbosos. Cierto que visten como mujeres, pero no lo son para nada. Tal vez las representan, o tal vez antes lo eran de verdacito, pero estos personajes son varones vestidos de mujer, y nada más. Su valor es más simbólico que morboso. Su rol es bailar: alrededor de los hitos, todo el camino y al finalizar el recorrido. Las “waylacas” o las “señoritas whiphalas”, representan la mitad femenina ausente en la caminata.
Aunque la ruta la hacen solo los varones, las mujeres aparecen en lugares específicos: en cada hito o en los destinados para el descanso colectivo, están allí, agrupadas en columnas, sentadas, con las ollas y las viandas, prestas a la llegada de los caminantes para repartir la comida y la bebida en abundancia.
El hito del compartir
Llegamos al hito más alto del sector. Allí nos esperan las mujeres con la comida y la bebida. Hacemos un círculo grande, bueno, no tan círculo, en todo caso, una figura cerrada. Al medio y en cada parte, al interior, vienen los comisionados y abren mantas en donde veo cantidad de mote con puspu. Luego, traen bandejas llenas de comida y las ponen en nuestras manos. Comemos un poco y pasamos a los demás. Luego, viene la cerveza, la chicha, el cañazo… La abundancia embriaga. Esta gente me hace recordar a la del bosque y del río amazónico, por el milagro de la abundancia y el absolutismo del compartir. En ambos casos, estamos frente al hacer-disfrutando.
Suenan las bandas de músicos. La gente tuvo que reclamarles para que toquen, ya que los veían cansados y distraídos. Uno de los varayoc, sube al hito y en quechua dice que no se está cumpliendo el protocolo como debe ser, que los organizadores o encargados están en falta. Resuenan murmullos de castigo. El ritual tiene pasos marcados que deben respetarse.
Una hora después, luego de comer y beber en abundancia —aunque Carlos me dice que solo es un refrigerio—, retomamos el linderaje. Abajo, varios hitos, tres de ellos, en conflicto, dizque porque fueron “negociados bajo la mesa” con la gente de Urquillos, los vecinos. O sea, les quitaron terreno a los yanaconas. Con tanta cerveza y líquido en nuestras vejigas, dan ganas de orinar. Como estamos caminando en los límites, entonces damos unos pasos hacia el territorio de Urquillos, y orinamos allí, en medio de sus chacras y pastizales, “porque orinar en el lado de Yanaconas, sería una ofensa”, ja, ja, ja.
Borrachera ricucha
Carlos, me dice que han prohibido el alcohol en el linderaje, que es un acuerdo de asamblea, ya que se forman grupitos y pocos siguen la comitiva principal que avanza con paso acelerado. Pero, claro, a pesar de estar conscientes de la prohibición, formamos un grupito con el trago en mano; conversar es inevitable. Reímos y bromeamos, nos reclamamos y reconciliamos, nos mandamos indirectas y respondemos con trucos diplomáticos, nos retamos y peleamos.
⎯¡Carajo! Me estás ofendiendo ⎯dice uno.
⎯No, carajo, es mi cariño decirte tu verdad. ¡No ves que te estoy ayudando?
⎯A ya, ja, ja, ja.
Con el alcohol encima, se pierde la noción del tiempo y del espacio, solo está la conversación, la palomillada, la broma y la profundidad filosófica que solo el borracho puede entender. Uno de ellos, dice:
⎯¿Oye, Carlos, te acuerdas del Toni? Ese cojudo era ingeniero.
⎯Sí, sí, me acuerdo.
⎯Mira, a él le gustaba filosofar sobre la vida, bonito decía las cosas…
⎯¿De sano o de borracho?
⎯Ja, ja, ja.
El hito antena
Llegamos a un hito en cuya cima yergue una antena telefónica (¡Ups! Digo para mis adentros). El armatoste, compite en altura con las banderas. Sin embargo, las cruces y las varas, también plantadas, no se inmutan ni se incomodan. Como todo citadino hipermodernizado y, al mismo tiempo, ultraconservador de la tradición ajena, le pregunto a Carlos:
⎯Cholo ¿Qué hace una antena telefónica encima de este hito?
⎯Es una antena para Urquillos, nos han solicitado, les hemos aceptado en asamblea. ¡Que te vas negar, pues!
¡Ups! Calladito quedo más bonito.
Torista
No veo turistas por esta ruta, a penas un par, en el hito más alto, pero luego desaparecen. No tienen tiempo ni estómago para soportar el rigor de la caminata, la “calidad” de la comida, el exotismo de las bebidas y las bromas sexuales de los paisanos alegres y envalentonados por el alcohol. A propósito, un paisano se acerca y me habla en inglés, en un inglés castellanizado, por su puesto. Se trata del “waqawasino”, un “yerno” de la comunidad. Me dice: “señor torista, aquí hay muchos toros para torear, señor torista”. Yo le respondo en machiguenga y se sorprende. Me pregunta de dónde soy.
⎯Del Cusco ⎯le respondo.
⎯¿De qué parte del Cusco?
⎯Del mismo Cusco.
⎯Sí, sí, pero de qué sector, de qué barrio.
⎯De Magisterio.
⎯Ala, esos mierdas se creen la gran cagada…
—Así es, en todas partes hay mierda, solo no hay que pisarla…
—Ja, ja, ja.
Correcorres y descansos
Los pies de los paisanos yanacona tienen un reloj diferente. No es lineal, no es matemático, no es homogéneo. Esos pies, a veces tienen prisa y otras descansan holgadamente. Se apuran cuando suben la colina. Incluso, compiten entre ellos, queriendo demostrar su velocidad y resistencia. Parecen pies del ejército, de antiguos chaskis y guerreros. Pero, cuando llegan al lugar, al destino, en este caso al hito, se detienen, bailan o esperan la comida y la bebida. Entonces, el tiempo ya no está, las prisas, menos. Solo hay compartir y disfrute. Estos pies no solo hacen su propio camino, sino que también construyen su propio tiempo.
Girados
Ya estamos girados por el trago y prácticamente bajamos las colinas en automático, riendo y tropezando. Somos la parte de la comitiva que llamaríamos el “último vagón”, los relajados, los que ya pasamos todos los cargos importantes y ahora, adultos, solo caminamos para cumplir el protocolo y disfrutar. Estamos aquí para disfrutar. Carlos, al ver la abundancia y la algarabía, me dice:
⎯¿Esto es linderaje o fiesta, carajo?
⎯Parece que ambos, amigo.
⎯Aquí el ritual es fiesta, carajo.
⎯¡Salud!
El último hito
Carlos, me cuenta que cuando estuvo en la directiva comunal, tuvo que “inventarse” este hito, es decir, lo mandó a hacer con un cargador frontal, ja, ja, ja. La ubicación primigenia estaba donde ahora se construye el aeropuerto internacional de Chinchero, así que tuvieron que hacer un hito al lado de la reja que separa la comunidad del aeropuerto. Dice Carlos, que antes, luego de terminar el recorrido del linderaje, los seis sectores de Yanacona se juntaban en el hito primigenio, en el punto de inicio y de final, en el hito tinkuy. “Solo tres sectores nos juntamos ahora, los otros tres, están al otro lado del aeropuerto”, me dice. La comunidad, la Nación Yanacona, está dividida por el aeropuerto. Sin embargo, en el futuro, mientras los aviones aterricen y el trajín de la modernidad continúe, el protocolo del linderaje seguirá “haciéndose respetar”. Es cuestión de acomodarse.
La ceremonia es más elaborada en este hito. Las cruces plantadas son las más grandes y las mejor adornadas. Los discursos corren y recorren. De pronto, con música de parlante, entran en parejas los mayordomos, quienes financiaron la fiesta que ahora todos disfrutamos. Aquí no hay pobreza, hay abundancia. Y si uno es pobre (si es que esta palabra se puede aplicar a esta gente), es porque ha gastado su dinero para reproducir la abundancia. Ya lo cantó Facundo Cabral: “lo importante no es el precio, sino el valor de las cosas”.
La lluvia amenaza. Los cohetes surcan las nubes y estallan en lo alto. Al lado del tinkuy hito, hay una laguna, es pequeña, pero alberga a los tres sectores de Yanacona, cada uno en su lugar. Las mujeres, en los bordes, con su comida y vendiendo todo tipo de mercadería de carnavales, y también cerveza. La comida llega en abundancia, otra vez, al igual que la cerveza, el cañazo y la rica chicha de jora. De pronto, tengo en la mano tres tápers de comida solo para mí. Carlos, me dice: “antes eran cinco tápers para cada uno, pero hemos dicho que solo tres en asamblea, porque se desperdicia la comida”.
Los grupos de conversación se arman y desarman. No faltan amigos. Mientras tanto, las “señoritas wiphalas”, al ritmo de la banda, se quitan la ropa bailando y se la vuelven a poner. Son 40 minutos de trance. Es inevitable ver en ellos a los danzantes apapocúva-guaraní de Nimuendajú, quienes ingresaban así a la Tierra Sin Mal (ver: https://amazonia-indigenas.blogspot.com/2025/02/la-tierra-sin-mal-esta-aquisito-nomas.html).
⎯Carlos ⎯le digo emocionado⎯, esos bailarines y nosotros estamos ahorita mismo en la Tierra Sin Mal, ya estamos, porque comemos en abundancia, la comida solo aparece, hay fiesta, alegría, bebida, no falta nada ¡Estamos en la Tierra Sin Mal!
⎯Ya carajo, ya estás teorizando. Deja a un lado al antropólogo que llevas y disfruta.
⎯Ja, ja, ja.
La lluvia, apenas y apareció en todo el trayecto. Los comisionados la espantaron con sus cohetes. El sol ha caído. La nación Yanacona festeja el final de su linderaje. Me doy cuenta de que ya estamos en otra fase de la fiesta, porque las mujeres adultas se acercan a los grupos de los varones y entre bromas nos sirven cerveza o trago, nos retan. Entran a nuestro círculo con total confianza y desenfado, como no había sucedido en todo el ritual, ya que mantenían su distancia, siempre en grupo, siempre dentro del infranqueable cerco del sororato quechua.
⎯Ya estamos en la fase en que las mujeres nos están obligando a tomar ⎯le digo a Carlos.
⎯Sí, mira allá, su mujer se lo está llevando a mi pata. En esa fase estamos.
⎯Ja, ja, ja.
Carlos, me pregunta si quiero continuar. Le digo que no, que tengo que regresar al Cusco. Mi mujer también me jala, aunque no esté aquí.
Cierre
Caminamos al poblado, siquiera media hora, conversando. En varios momentos del linderaje vi al hijo, a la hija, a la esposa y a la mamá de Carlos, pero nunca se acercaron ni caminamos juntos, a penas y nos saludamos. Ellas saben que Carlos está ahí y él sabe que ellas también. Se cuidan con la mirada. Se cuidan entre ellos. Me hacen recordar a la gente matsigenka, varones por un lado y mujeres por el otro, distantes, pero inseparables, mirándose y cuidándose de reojo.
Mientras caminamos, Carlos me dice que la fiesta en la laguna la cierran los varayoc. Ellos deciden cuando irse. Bajan al poblado agarrados de los brazos, ya de noche, en waylía, bailando. Se van al salón comunal “que ya no está” y allí continúa el “cariño”, es decir, el compartir. Luego, los varayoc se van, girados, “tomaditos”. Sus masakus o “wawas”, que no han tomado un sorbo, los llevan a sus casas y los dejan allí. Esa es su labor, ese es su servicio. Así es la Nación Yanacona. Entonces, y por tanto:
⎯¡Que viva la Nación!
⎯¡Que viva!
Donaldo Humberto Pinedo Macedo.
Chinchero, 28 de febrero, un día después del jueves de comadres, año de 2025.
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